Cuando caminaba vestido con un polo desabrochado, pantalones muy cortos y zapatillas moradas, no me imaginaba que en el momento en el que dejara de caminar la cosa iba a cambiar tanto. Un hombre no muy grande me sorprendió en una esquina cercana a mi casa. Con una voz entrecortada me propuso directamente pasarlo bien en mi casa, pero en ese momento yo no estaba de humor. Por eso me paré en seco, pensé por un par de segundos y le invité a subir a mi casa. Cabe destacar que al igual que no importa mi nombre, tampoco importa el suyo.
Mi casa está llena de juguetitos sexuales: tengo una silla-pene, un columpio, distintos tipos de dildos y consoladores varios, y de todo tipo de lubricantes. Creo que soy una persona introvertida con extroversión forzada, por eso me cuesta iniciar la conexión, pero una vez el USB está instalado y listo para su uso, la transferencia va sobre ruedas.
Sin avisarme, empezó a desnudarse con rapidez y casi sin mirarme o atender a lo que hacía. Le dije que en casas ajenas debía tener un poco de respeto por el anfitrión. El anfitrión, salvo casos de sumisa pasividad, es el que manda, el que lo maneja todo.
Suena el teléfono, hablo durante unos minutos con una amiga, sacando la conclusión de que la salud es una mierda, siempre la damos por buena y no sabemos la suerte que tenemos... Le cuelgo argumentando "visita". Ella imaginará un café, pero es mas bien una polla.
Modo "World Love - Kalenna"
La cosa se va poniendo interesante porque con mi comentario lo he dejado aún más parado. Ahora sólo me queda tirarlo en la cama. Lo hago. Le digo que me apetece desvestirle. Afirma. Lo hago: primero los pantalones, pero le dejo la ropa interior. Con la camisa me apetece ser un poco más drástico: la rajo. Lo cierto es que en ropa interior se ve muy interesante. Voy a por la cámara, le hago un par de fotos (un par canario, es decir, más de dos) y me acuesto a su lado. Cuando quedamos hace unas horas no parecía tan tímido. Está totalmente petrificado. Le pregunto qué le pasa... ¡virginidad!. Nunca me han interesado los vírgenes, pero creo que esa mezcla de timidez junto con su ahora reconocida virginidad me hacen querer follarlo.
Acaba la música. Decido que no habrá más marcha musical. Comienza Ludovico Einaudi, Primavera. La primavera me recuerda a cuántas primaveras tendrá este chico... Me acerco a su cara, le acaricio su pelo: no es suave, es una mezcla entre áspero y duro. Toco por un instante sus labios. Los noto tan palpitantes que rápidamente los beso, como para intentar calmarlos.
Antes de hacerlo, humedezco los míos. Intenta hablar, pero sobra la palabra. Noto como bajo su ropa interior van creciendo las ganas de madurar, de un cambio de estación: el frío invierno quiere dejar paso a la calurosa y florida primavera. Me sigue besando, me corresponde. Me toca la espalda y besa mi cuello. Está arrancando, se nota. Se incorpora en la cama... me mira. Y se queda mirándome. Noto sus ojos clavados en diferentes partes de mi cuerpo, aunque siempre vuelve a los ojos: los mira fijamente, como intentando pedir permiso para seguir mirando. Lo tiene.
Ahora la pasión nos ha cegado a los dos, porque yo no pienso sino en hacerlo mio, y él siente la necesidad de continuar, me lo dice con su mirada. Su mirada que con el paso del tiempo se hace más y más cálida. Me comienza a quitar la camisa, los pantalones. Fuerte, drásticamente. Me duele. Me deja desnudo y comienza a masturbar mi polla. Se la mete en la boca y cual pájaro carpintero comienza el movimiento que da alegría a esta parte del sexo. Yo no dejo de mover su cabeza para ayudarle, pero no lo necesita. Le arranco la cabeza de mi miembro. Ahora soy yo quien lo mira fijamente. Existe una tensión entre ambos que me cuesta explicar. No soy nuevo en este gran arte, pero me cuesta explicarlo. Me tumbo en la cama. Quiero pensar. Le invito a irse.
Hoy no quiero un cambio de estación.